Mientras la inmensa
mayoría de
los deportes competitivos
se realizan bajo
cierta quietud normativa
(reglamentos, medidas
del campo, faltas,
etc), el escenario
deportivo de los
deportes sobre tablas
es diferente, muy
diferente.
Y mientras un campo
de deportes dado
puede ser asimilado
en términos
formales, racionales,
el deportista de
tablas debe involucrarse
molecularmente con
su entorno competitivo,
en una homeostasis
con su medio como
condición
de existencia.
Es la evolución
de las conductas
posturales lo que
nos interesa, porque
es posible perfeccionar
la técnica
en estos deportes
si y solo si perfeccionamos
el permanecer sobre
la tabla.
Ontológicamente
hablando, la quietud
es un logro postural
posterior al movimiento,
un estado de máxima
efectividad de posición
con el mínimo
gasto energético.
En términos
de acción
deportiva, nos interesa
la quietud previa
a la acción
decisiva, un estado
de energía
potencial, de cinética
molecular dirigida.
Ahora, ¿Cómo
definimos la quietud
sobre una tabla
sobre una masa de
agua en movimiento?
Cuando un alpinista
habla de “ser
la montaña”
o un surfer de “ser
la ola” no
habla más
que de la definición
filosófica
de un estado de
continuidad molecular
entre la masa del
agua y su propia
masa extendida en
la tabla, una continuidad
molecular sostenida
en el límite
de la unidad de
tiempo dada por
la velocidad de
conducción
nerviosa.
Es en este plano
donde toma sentido
el concepto de deporte
de riesgo, en ese
fluir de neurotransmisores
a velocidades imposibles,
en un estado de
máxima actividad
del Sistema Nervioso
Autónomo
que nos libera del
cuerpo y nos abre
a un estado de supraconciencia
que permite la toma
de decisiones en
el límite
del desastre.
Esas son nuestras
herramientas, el
conocimiento de
los medios para
el entrenamiento
de un sistema postural
de carácter
específico,
no anclado en las
conductas motoras
básicas.
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